La Semana Santa católica es un momento especial del año litúrgico, dedicada a la reflexión y oración sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo, siendo agradecidos con lo mucho que nos ha dado nuestro Señor.
Inicialmente, debes pensar en participar en las celebraciones que se desarrollan, dando prioridad a la vida católica, disfrutando de sus actos en este tiempo especial.
La Semana Santa o Mayor, comienza el Domingo de Ramos y finaliza con el Domingo de Pascua, junto con el resto de los días, denominados Santos.
Participar en la Semana Santa, es arrepentirse de los pecados y rezar acompañado a Jesús, asistiendo al Sacramento de la Penitencia para abandonar el pecado y resucitar con Jesús en el día de Pascua
Jueves Santo
Recuerda la Última Cena con los apóstoles, cuando Jesús les lavó sus pies con humildad. En este momento, Jesús te acompaña a lo largo de tu vida con el pan y el vino, representando a la Eucaristía, dejándote su cuerpo y sangre. Después de la Cena, en el Huerto de los Olivos, Jesús oró hasta que fue apresado.
Viernes Santo
Llegando a la Pasión de Cristo, con los interrogatorios de Pilato y Herodes, flagelación, coronación y crucifixión, conmemorado con un Vía Crucis, adorando la Cruz
Sábado de Gloria o Santo
Es un día de tristeza y luto, recordando el paso entre la muerte y la Resurrección. En la noche, se desarrolla una vigilia pascual celebrando la Resurrección de Jesucristo. Resulta habitual bendecir el agua y encender velas como símbolo de la Resurrección, nuestra gran fiesta.
Domingo de Pascua o Resurrección
Jesús venció a su muerte y nos regaló la vida, dándote la oportunidad de salvarte para entrar en el Cielo, viviendo feliz con Dios. La Pascua es el cambio de la muerta a la vida.
— Participar con tu familia en las ceremonias de la Semana Santa, compartiendo momentos especiales con los tuyos.
— Busca algún fin que te motive para seguir los días de la Semana Santa
— Reflexiona para sacar conclusiones sobre cada día, viviendo la Semana Santa con Fe y pasión
"Jesús nos sorprende desde el primer momento. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué les sucedió? En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia... y tantas cosas más. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.
¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?
Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.
Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? ¿Por qué? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor."
Papa Francisco, 2021
Padre eterno, te damos gracias por enviar a tu Hijo unigénito para mostrarnos el camino de la luz y de la Gloria, para que podamos ser liberados de la esclavitud del pecado a través de esa gloriosa muerte de Jesús en la cruz.
Gracias, Padre, porque en este día, le damos la bienvenida a Jesús en nuestras vidas y en nuestros corazones con palmas y cánticos de alegrías. Es el comienzo de la Semana Santa, un viaje de sanación que todos tomamos hacia el poder redentor de la cruz. Te acompañamos también al Sepulcro y nos mantenemos en vigilia esperando la victoria de la Resurrección y todas las gracias que vienes a darnos a través de la revelación maravillosa de tu glorioso Reino de eterna verdad y de amor.
"¡Hosanna! Bendito sea el que viene en el nombre del Señor."
Tú eres santo y justo Señor mío. Todo el honor y toda la gloria para tu presencia sanadora. Tu amor perdura para siempre y tu misericordia por todas las generaciones. Gracias por redimirnos, Gracias por darnos la oportunidad de ser nuevas creaturas. Ayúdanos a mantenernos fuertes y fieles a ti. Ayúdanos a no seguir las corrientes del mundo que nos alejan de Ti. Danos Señor tu amor para siempre.
"¡Hosanna! Bendito sea el que viene en el nombre del Señor."
Todo esto lo pedimos, en el poderoso nombre de Jesús. Amén.
Que este Domingo de Ramos entre en tu vida todo el amor de Dios y se quede para siempre en tu corazón. Que el Domingo de la Pasión puedas meditar sobre la vida, muerte del Señor, esperando con alegría su resurrección en la Pascua. El Domingo de Ramos nos llama a la reflexión y al recogimiento. Entreguemos el corazón a Cristo en esta celebración hermosa de las palmas ¡Feliz Domingo de Ramos!
Mi Señor, qué bueno es saber que escuchas mis súplicas y estás atento a mis necesidades, susurrando constantemente a mi espíritu tu invitación a vencer el miedo y a lanzarme con confianza a enfrentar cada una de mis batallas. Te pido que siempre pueda tener lucidez para tomar las mejores decisiones y diferenciar lo bueno de lo malo, esforzarme por serte fiel y no dejar que nadie me quite las ganas de hacer las cosas bien. Me cuento entre los pecadores que siempre vuelven a caer. Reconozco que en algunas ocasiones me faltan fuerzas y te fallo; por eso me humillo ante Ti, ante tu poder y clamo por tu compasión.
Como María de Betania quisiera también ponerme a tus pies y ofrecerte el mejor de mis perfumes, que no es otro que el de hacer obras agradables a Ti y alejarme de todo aquello que hace mal a mi alma. Gracias por recibirme una vez más, por cuidarme, por hacerme sentir que soy valioso e importante para Ti. Tú eres grande, poderoso, invencible, supremo, glorioso, con un corazón rico en misericordia.
Me siento bendecido porque en tu amor he encontrado esa paz que me invita a luchar con todas mis fuerzas contra el pecado. Con tu presencia rebosante en amor y perdón podré superar toda mala inclinación. Tú tocas las dimensiones de toda mi vida y no haces diferencias entre mi riqueza o pobreza, sino en cuánto amor estoy dispuesto a ofrecer
Te amo y te entrego mi corazón ahora para que lo renueves con tu Amor. A pesar de mis debilidades, en tu Nombre, sé que puedo salir adelante, sabiéndome consolado en tu amistad y que te pertenezco para siempre. Amén.
Señor mío, al levantarme y darme cuenta de todas las bendiciones con las que has colmado mi vida, te doy gracias... Gracias por el don de la vida y del amor. Quiero pedirte que me des la capacidad de saber escucharte con el alma dispuesta, con el corazón dócil, sencillo y abierto a tus inspiraciones.
Necesito encontrarme contigo en la oración, que me des tu fuerza y tu poder para poder sentir con humildad cada una de las manifestaciones de amor que a diario pones a todo mi alrededor. Quiero poder decirte con una absoluta verdad, que por Ti daría mi vida entera, pero luego me acuerdo de Pedro, quien sintió el pánico venir sobre él, y por su debilidad, dejó que su corazón se inundara de miedo y negó hasta tu preciosa amistad.
Señor, no quiero dejarme llevar tampoco por decisiones basadas en mi propia humanidad, sino que, quiero que tu Palabra sea mi guía, pues no quisiera terminar como Judas, quien, habiendo sido un testigo presencial de tus milagros, de tus sanaciones y transformaciones, vendió su salvación por el afán del dinero. Su corazón estaba apegado a lo material.
Oh mi Dios, destierra de mi corazón todo apego que no me permite amarte a plenitud. No quiero que, algunos consuelos terrenales, me roben la gracia de tu compañía. Muchas veces lloro mis pecados, mis malas inclinaciones y vicios atormentan y angustian A mi alma. Soy débil Señor, lo sé, yo también puedo caer y debo estar atento. Pero Tú eres mi gran consuelo Señor, tu Santo Espíritu me anima a levantarme y a seguir adelante en tu Nombre.
Sé que seguirte exige una entrega total y sacrificio de muchas cosas, pero, aun así, me acerco a Ti para que me libres de mis propios egoísmos, de mi orgullo y de todo aquello que no me permite donarme a tu proyecto de servicio y amor. Eres el amigo que no defrauda, el que nunca abandona y el que, en la aparente derrota, manifiestas tu grandeza y me levantas victorioso.
"Me complazco en mis debilidades, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, es cuando soy más fuerte". (2 Corintios 12,10)
Te amo Señor, eres el dueño de mi vida, el aliento de fuerza de mi corazón. Confío en que estás a mi lado ahora y me das la gracia, la perseverancia y todas las herramientas que necesito, para superar todos mis malos apegos y sanar las heridas de mi vida. Te amo, todo te lo entrego. Amén.
Mi Dios, mi Señor y mi Todo, te agradezco porque sé que estás pronto a escucharme y a darme las gracias que me hacen falta para continuar firme en mis luchas por este camino angosto de salvación. Quiero tener los ojos abiertos para no tropezar, saber discernir lo que es correcto y lo que no para mi vida, por eso, me dejo guiar por tu Palabra, porque en ella encuentro paciencia y consuelo para no desesperarme.
Oh Señor, necesito de tu fuerza y de tu amor para poder realizar las cosas bien. No quiero fiarme por lógica del mundo, sino que quiero sentirte, palparte y encontrarte en cada situación, que a diario me regalas. Quiero desprenderme de ese materialismo mundano que me lleva por los caminos de mi propia vanagloria, un camino lleno de egoísmo y soberbia que poco a poco me distancia de la felicidad que quieres darme.
No permitas que mi apego a los bienes y la búsqueda de triunfos mundanos sean las 30 monedas de plata por las que yo pretenda cambiarte. Te pido que sanes mi corazón de esas malas inclinaciones. No quiero contarme entre los traidores que han antepuesto sus logros y éxitos personales antes que servirte y amarte por sobre todas las cosas. Líbrame de la aspereza y dureza del corazón.
Que seas Tú mi primera prioridad. Confío en la certeza de tu Palabra de que si te elijo como centro de mi vida todo lo demás se me dará por añadidura. Toda mi vida te la encomiendo a tu presencia porque a través de ella quedan pulverizadas mis inseguridades. Confío en tu gracia santificante. Amén.
“Esto es conmovedor. Jesús que lava a los pies a sus discípulos. Pedro no comprende nada, lo rechaza. Pero Jesús se lo ha explicado. Jesús –Dios– ha hecho esto. Y Él mismo lo explica a los discípulos: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13,12-15). Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Y esto es un símbolo, es un signo, ¿no? Lavar los pies es: «yo estoy a tu servicio». Y también nosotros, entre nosotros, no es que debamos lavarnos los pies todos los días los unos a los otros, pero entonces, ¿qué significa? Que debemos ayudarnos, los unos a los otros.
A veces estoy enfadado con uno, o con una… pero… olvídalo, olvídalo, y si te pide un favor, hazlo. Ayudarse unos a otros: esto es lo que Jesús nos enseña y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Como sacerdote y como obispo debo estar a vuestro servicio. Pero es un deber que viene del corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñando. Pero también vosotros, ayudadnos: ayudadnos siempre. Los unos a los otros. Y así, ayudándonos, nos haremos bien. Ahora haremos esta ceremonia de lavarnos los pies y pensemos: que cada uno de nosotros piense: «¿Estoy verdaderamente dispuesta o dispuesto a servir, a ayudar al otro?». Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que Él hace, porque Jesús ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos.”
Homilía Papa Francisco, 2013
“El Jueves santo nos exhorta a no dejar que, en lo más profundo, el rencor hacia el otro se transforme en un envenenamiento del alma. Nos exhorta a purificar continuamente nuestra memoria, perdonándonos mutuamente de corazón, lavándonos los pies los unos a los otros, para poder así participar juntos en el banquete de Dios. (…)El Jueves santo es un día de gratitud y de alegría por el gran don del amor hasta el extremo, que el Señor nos ha hecho. Oremos al Señor, en esta hora, para que la gratitud y la alegría se transformen en nosotros en la fuerza para amar juntamente con su amor”.
Homilía Benedicto XVI, 2008
Oh Señor, en este largo Jueves Santo comienzas Tu Calvario y en Tus Dulces Palabras nos regalas el testamento infinito del Amor Vivo. Es por eso que a través del tiempo, que en Ti es eterno, nos muestras en Aquella Cena Santa al Hombre Dios arrodillado a nuestros pies, mientras con Tu Humildad y Pureza lavas nuestras miserias y tristezas, para que así te imitemos en el servicio, y seamos verdaderos testigos.
Te despojas entregándonos Tu Carne, y queriendo ser aún más pequeño, Te vistes en el Pan del Cielo del Inmaculado Cordero para vivir por siempre dentro nuestro. Y como si este amor no fuera suficiente, nos diste en el Santo Cáliz Tu Real Sangre, como Primicia Perpetua de Tu Corazón, que Traspasado por nosotros nos redimió.
Puedo verte, Señor, en aquella Noche amarga en la que por mí Tú todo entregabas. El abandono y soledad en el Huerto, Tu Sudor de Sangre con el que aceptaste la Voluntad de Nuestro Padre, la traición del amigo que con aquel perverso beso te entregaba a Ti, Nuestro Rey Divino, para hacerte así finalmente Prisionero y pagar con Tu Sangre el rescate de todos los que quisiéramos amarte.
Mientras la tierra se oscurecía con golpes, burlas y mentiras, en Tu Cuerpo cargabas todas mis heridas y aún Tus Mejillas ofrecías, porque querías darme Tu Vida. Tu Hermoso Rostro se ha desfigurado, mientras todas nuestras miserias frente a Ti van desfilando. Tus Preciosos Cabellos son teñidos por Purísimos Hilos de Roja Sangre que brilla como Ofrenda Santísima. Tu Boca nos bendecía y entregaba Aquel Día el Testamento del Amor: que nos amaramos los unos a los otros como nos amaste Vos.
Sin embargo Tú, el Amor, hoy sigues siendo profanado porque te seguimos negando buscando falsos amigos que a Ti te han vendido, en los niños que de hambre y sed mueren, en los ancianos despreciados, en los enfermos que no asistimos, en toda mentira e injusticia que quiere borrar Tu Palabra Divina, elevándonos en una torre de vanidades y ruindades que nos llevan a de nuestro corazón arrancarte.
Por eso, mi Amado Jesús, permíteme acompañarte en esta Noche Santa para regalarte, junto a mi alma, mis lágrimas, y así acariciar Tus Pies y Tus Llagas.
Amén.
Mediante la La Cruz de Jesús es la Palabra con la que Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él sólo ama y salva.
Queridos hermanos, la palabra de la Cruz es también la respuesta de los cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz, como Jesús.
Papa Francisco, 2013
Han capturado a Jesús. La patrulla lo ata y lo conduce a casa de Anás. Jesús es abofeteado y enviado al Suma Sacerdote Caifás. Entra en acción Pilato, quien ve en Jesús un asunto comprometedor, en el que no quiere mezclarse. Finalmente, y entre las negaciones de Pedro, es llevado a la cruz. Estos son los hechos.
¿Qué podemos esperar de un crucificado? Pensar que Jesús acepta la muerte por ascesis, porque tiene mucho aguante o es muy sufrido, o porque tiene que cumplir inevitablemente un plan que le ha sido impuesto por el Padre, es dar muestras de no haber entendido nada del relato de Juan.
Jesús ha estado trabajando desde el comienzo con una idea: hacer la voluntad del que le envía. Este trabajo era su alimento (Jn. 4, 34). Ha puesto todo su empeño en devolver a Dios su verdadero rostro. Quería destruir las máscaras con las que los judíos habían amordazado a Dios para poder ejercer su propia autoridad. Pero los dirigentes de Israel han visto amenazado su poder y se han abalanzado sobre Jesús.
Entonces, ¿ha fracasado en su trabajo?, ¿sus esfuerzos se reducen a nada? Porque.. ahí está, crucificado, perdiendo su sangreLa hora que tanto anunciaba Juan ha llegado ya. Es en esta hora cuando descubrimos el verdadero rostro de Dio; las falsificaciones han caído a tierra. En la hora de la cruz, Jesús nos dice quién es Dios: es el que da la vida para que sus amigos no sean víctimas de falsas imágenes de Dios. La verdadera imagen está en la cruz: éste es un Dios que es capaz de amarnos hasta morir por cada uno de nosotros. Se opone al Dios de los judíos, que paralizaba a los hombres con la ley y el templo (Jn,. 5, 1-4).
La expresión “entregó el espíritu” (/Jn/19/30) no se refiere a la muerte; no significa “murió”. El verbo griego significa “entregar, transmitir”. En esta hora, Jesús transmite el espíritu. Esto quiere decir que transmite un talante, un estilo de vivir, el rasgo que define a Dios: amar hasta dar la vida. En la cruz descubrimos de verdad a Dios, su amor (el cielo). Por eso la cruz es el signo del cristiano. No refleja sufrimiento, aguante, ascesis, fatalidad, sino amor radical hasta dar la vida.
Jesús, sin forzar a nadie, invita a vivir esta actitud de amor y de entrega. Respeta nuestra libertad. No es una opción que se nos impone. Se ofrece para todo aquél que quiera asumirla. Jesús nos da la libertad de rechazar la invitación. Podemos volver a lo de antes (templo y ley), ir hacia las cosas de atrás (Jn. 18, 6).
Pero hay un hecho ineludible: si Jesús está en la cruz es porque la ley lo ha querido. Esta idea es una obsesión en el pensamiento de Pablo. Cuando Pablo contempla a Jesús en la cruz descubre detrás la mano de la ley y de sus máximos representantes. “Envió Dios a su hijo, nacido de mujer, sometido a la ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, para que recibiéramos la condición de hijos ” (/Ga/04/04-05).
Jesús da la vida por cada uno de nosotros. Es un gesto de alcance universal, que no excluye a nadie y que respeta la libertad de los que prefieren basar su salvación en la ley. Creer en el Dios que se ha revelado en el acto de amor realizado por Jesús en la cruz es una invitación clara a ampliar horizontes. Ya no podemos limitarnos a dar nuestra vida sólo en favor de unos pocos familiares o amigos (a veces se muere por entes abstractos, como las ideologías o las patrias). La invitación es universal: debemos ser capaces de dar la vida por todos. Como El lo hizo.
Aquí nos conduce Jesús: a comprometernos por todos. ¿Es una ingenuidad? ¿Es una realidad profunda, capaz de engendrar una vida verdadera? ¿Hay posibilidades de conseguirlo? ¿Es posible? La resurrección dará una respuesta afirmativa.
Oh Señor ¿cómo pueden los hombres verte en la Cruz Clavado y dejarte allí abandonado?
¿Cómo pueden mirarte y no amarte ni prestar oídos a Tus Latidos que llaman con Purísimo Amor no correspondido
a los hombres que ingratos, despiadados y llenos de pecados te hemos por completo olvidado o negado?
De Vos, Nuestro Dios, nos avergonzamos y juntos en la Cruz te hemos colgado.
Tus Santas Llagas nos muestras como mudo Amor por respuesta que das Tu Vida por la nuestra.
Tu Precioso Rostro, Señor, ya no reconozco todo bañado de Sangre y polvo.
Por Tus Ojos se escapa la vida pero todavía me miras con ternura infinita para en plegaria de Amor decirme “no voy a irme, si en Mí tú vives”.
Y yo, Señor, quiero abrazarte y así de la Cruz bajarte para ocupar el lugar que por mí ocupaste
pues a pesar de ser tan miserable no quiero ya más permitir este ultraje.
A mi Rey vestido de Sangre ¡cómo puedo no amarle!
si frente a Tí vengo a postrarme para traspasar con mi pobre amor Tu Santa Carne
y así consolarte deshaciendo mi existencia en Tí para sólo en Tí vivir y decirte así, siempre si.
Amén.
La secuencia del descendimiento es muy piadosa, sobre todo cuando el hijo fue devuelto a los brazos de la madre. Si su espíritu descansaba ya en el seno del Padre, ahora su cuerpo descansa en el regazo de la madre, la Pietá. María besaba las llagas de ese cuerpo con amor intenso de comunión.
«Con tus lágrimas lava las heridas; / su muerte, Madre, es pascua y es victoria, / su corazón, el trono de la gloria, / y sus llagas serán fuente de vida».
María está ofreciendo el cuerpo muerto de su hijo. Es Eucaristía. No hay dolor más grande ni amor más compasivo ni entrega más generosa.
Ella estaba comulgando enteramente con los sentimientos de Jesús, que se había ofrecido y había puesto su espíritu en manos del Padre. El fiat de la Anunciación culmina en este fiat de la inmolación. María está siendo en este momento, como lo fue Jesús, sacerdote, víctima y altar, sólo que esta vez el altar era blando, su propio regazo. María estaba también redimiendo al mundo, Corredentora. Ofrecía la Pasión de su hijo y la suya propia por el mundo ciego y desgarrado, para la salvación de todos los hombres, hijos y hermanos.
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «…para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).
Papa Francisco
Mi Señor resucitado, al comenzar este día quiero darte gracias por tu gran misterio de amor y te suplico que me regales un poco de la fuerza de tu Espíritu y lléname de la alegría de tu presencia. Quiero vivir alegre celebrando el día de tu triunfo glorioso sobre las tinieblas. El día en que destruiste la muerte, fueron rotas todas las ataduras y la luz emergió victoriosa entre las penumbras.
Oh mi Señor, Dame la valentía y la fuerza necesaria para aceptar tu voluntad y poder ser así un verdadero testigo de tu amor y de tu resurrección, comunicando al mundo que la oscuridad y la muerte han sido vencidas en Ti. Aquellas lágrimas derramadas a los pies de tu cruz, hoy se convierten en gozo. Tu historia de salvación se hizo eterna. Nos has abierto las puertas del Cielo con esta perfecta obra de amor de la que me hiciste parte.
Puedo decir con entera satisfacción que no he amado a una persona muerta, sino que sigo amando a un corazón vivo y que sigue derramando su misericordia y perdón a todos los que quieran volver sus rostros a Ti.
Oh Señor, no permitas que la llama de la fe y el poder de tu cruz se disminuya en mí y termine apagándose, por el contrario, ayúdame a mantenerla viva con la esperanza puesta en tu amor.
Tú eres mi refugio y consuelo, por eso, sabiéndote vivo y presente, recurro al poder reconciliador de tu amistad para que repongas mis fuerzas. Ayuda ahora a mi corazón a que salga de la oscuridad de sus vicios y resucite a una nueva vida haciéndote mi Señor, mi Rey y mi Salvador. Amén.
"Hoy la Iglesia repite, canta, grita: “¡Jesús ha resucitado!”. ¿Pero cómo? Pedro, Juan, las mujeres fueron al Sepulcro y estaba vacío, Él no estaba. Fueron con el corazón cerrado por la tristeza, la tristeza de una derrota: el Maestro, su Maestro, el que amaban tanto fue ejecutado, murió. Y de la muerte no se regresa. Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel les dice: “No está aquí, ha resucitado”. Es el primer anuncio: “Ha resucitado”. Y después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones. Pero los discípulos permanecieron encerrados todo el día en el Cenáculo, porque tenían miedo de que les ocurriera lo mismo que le sucedió a Jesús. Y la Iglesia no cesa de decir a nuestras derrotas, a nuestros corazones cerrados y temerosos: “Parad, el Señor ha resucitado”. Pero si el Señor ha resucitado, ¿cómo están sucediendo estas cosas? ¿Cómo suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerras, destrucciones, mutilaciones, venganzas, odio? ¿Pero dónde está el Señor? Ayer llamé a un chico con una enfermedad grave, un chico culto, un ingeniero y hablando, para dar un signo de fe, le dije: “No hay explicaciones para lo que te sucede. Mira a Jesús en la Cruz, Dios ha hecho eso con su Hijo, y no hay otra explicación”. Y él me respondió: “Sí, pero ha preguntado al Hijo y el Hijo ha dicho sí. A mí no se me ha preguntado si quería esto”.
Esto nos conmueve, a nadie se nos pregunta: “¿Pero estás contento con lo que sucede en el mundo? ¿Estás dispuesto a llevar adelante esta cruz?”. Y la cruz va adelante, y la fe en Jesús cae. Hoy la Iglesia sigue diciendo: “Párate, Jesús ha resucitado”. Y esta no es una fantasía, la Resurrección de Cristo no es una fiesta con muchas flores. Esto es bonito, pero no es esto, es más; es el misterio de la piedra descartada que termina siendo el fundamento de nuestra existencia. Cristo ha resucitado, esto significa. En esta cultura del descarte donde eso que no sirve toma el camino del usar y tirar, donde lo que no sirve es descartado, esa piedra —Jesús— es descartada y es fuente de vida. Y también nosotros, guijarros por el suelo, en esta tierra de dolor, de tragedias, con la fe en el Cristo Resucitado tenemos un sentido, en medio de tantas calamidades. El sentido de mirar más allá, el sentido de decir: “Mira no hay un muro; hay un horizonte, está la vida, la alegría, está la cruz con esta ambivalencia. Mira adelante, no te cierres. Tú guijarro, tienes un sentido en la vida porque eres un guijarro en esa piedra, esa piedra que la maldad del pecado ha descartado”. ¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Esto, sencillamente. La piedra descartada no resulta realmente descartada. Los guijarros que creen y se unen a esa piedra no son descartados, tienen un sentido y con este sentimiento la Iglesia repite desde lo profundo del corazón: “Cristo ha resucitado”. Pensemos un poco, que cada uno de nosotros piense, en los problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido o que alguno de nuestros familiares tiene; pensemos en las guerras, en las tragedias humanas y, simplemente, con voz humilde, sin flores, solos, ante de Dios, ante de nosotros decimos: “No sé cómo va esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado y yo he apostado por esto”. Hermanos y hermanas, esto es lo que he querido deciros. Volved a casa hoy, repitiendo en vuestro corazón: “Cristo ha resucitado”."
Papa Francisco, 2017
Mi Señor Resucitado, qué bueno es sentir tu presencia poderosa, pero acogedora, que despierta y llena de vida todos los ambientes que me rodean, alejando todo sentimiento de angustia y abandono. Ayúdame a permanecer siempre cerca de Ti, porque solo de Ti me viene ese amor que me sostiene, esa fuerza que me restaura y todo ese poder para seguir luchando con valentía.
Gracias, Señor, por tu eterno sacrificio de amor en la Cruz, por tu gloriosa resurrección que me invita renovar mi corazón en tus promesas, y gracias por todos los momentos de oración que hemos disfrutado juntos. Ayúdame a reconocerte en todo momento, sentir que estás vivo y presente, sentir tu cercanía y la calidez de tu voz que consuela y trae la paz al alma. Solo tu voz quiero seguir, solo tu voz quiero sentir.
Ayúdame a reconocer tu voz en las tristezas y alegrías, en los momentos de aflicción. Quiero recurrir a ella y rendirme a tu voluntad porque Tú has derrotado la muerte y me has dado el regalo de la salvación. Te pido que sigas obrando en mí, sigue bendiciéndome y abriendo caminos de sanación, de salud, de fortaleza, de esperanzas. Capacítame con tu sabiduría para saber romper todo muro de dolor que no me deja avanzar.
Mi Cristo Resucitado y glorioso, dame la gracia de poder liberarme de miedos y opresiones, de sentirme capacitado y valiente para salir y anunciar todo lo bueno de tus promesas. Quiero nacer de nuevo en el Espíritu, rehacer mi vida para alabarte y adorarte, porque en ningunas otras manos yo podría estar más seguro. Amén.